Represión... ¡por favor!
Las 6:00 A.M.,
las 8 horas horas de jornada laboral,
la religión de mis padres vs. mi ateísmo,
la puerta del aula,
el portón de Letras que cierran a las 10:00 P.M.,
la malla del cole,
la moral,
el cierre de edición,
31 de diciembre,
un beso (jamás en los labios),
fin de semestre,
la línea del tren,
la entrega de horas extra,
el Río San Juan,
semana de exámenes,
sólo una cajetilla de cigarros al día,
lo que queda en la cuenta del banco hasta la próxima quincena (¿cuánto falta?),
veinticuatro horas al día,
el ya inexistente Muro de Berlín,
el Día R o domingo 7 (da igual... referéndum sobre el TLC),
¿el teclado o el papel?,
el borde de la cama,
Greenwich,
viernes y sábado a medianoche y sobria cuando vivía con mis papás,
dos pisos de escaleras o cinco segundos en ascensor (vos escogés),
los ¢30000 mensuales que según Pacheco te convierten en un o una no-pobre,
el agua que contaminamos y se acaba,
la esperanza de vida del país,
la memoria de Gmail,
el día que privaticen y se nos muera el modelo solidario y los derechos,
los 38 de almuerzo y los 20 de café,
“se nos cayó el sistema, llame luego por favor”,
la fecha de corta del celular,
la brecha digital,
el Océano Atlántico,
el túnel del Zurquí,
la despreciable censura,
la Tierra del Fuego,
siete días a la semana...
las palabras que se me ocurran,
la piel que llevo a cuestas, que me esconde los versos y la desesperación.
¿Cuál es el límite que necesito?
En medio de esta catarsis y la urgencia de un abrazo amistoso, descubro que requiero guardarme las inconsistencias en un lugar donde las fronteras existan y repriman esta explosión de ansias y deseos que ¡NO! ¡NO! Y ¡NO! deberían de existir.
¡Murámonos, (esta vez) Francisco!
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1 comentario:
ESO! VIVA LA CATARSIS!
Pocas cosas tan ricas en la vida, como gritar (de alguna forma) las cosillas que a una le están oprimiendo el pecho, especialmente si eso ocurre pocas veces (como en mi caso).
En fin, me sentí identificada amiga:
la piel que llevo a cuestas, que me esconde los versos y la desesperación
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