17 marzo, 2006

Del amor, las sonrisas y el pánico

Valentina se siente sola, su noche se hace eterna mientras los segundos del reloj de la oficina se niegan a morir, pero la noche fuera de la vieja casa de madera, se escucha viva y ajeteada como siempre.
Sola en su rincón, ahí en medio de la capital y a la vez tan aislada del ruido, en medio del caserón que la asfixia, donde los sonidos del frío en los techos y los animales desconocidos inundan el aire, Valentina siente miedo.
Miedo del recuerdo que aún le alumbra las pupilas, de la luna que la sigue, de la sequía que recién acabó, del dolor del hielo que sana las heridas y de las paredes de su alma, que cada día se llenan de colores del pasado y sobreviven al trajinear de la vida a su favor.
Valentina se esconde de la felicidad que la persigue, la misma que agotará la tinta de sus versos y los ritmos de sus manos. Ella es simplemente una musa que habita el alma de sí misma, que existe en las sombras y nada más, mientras los minutos se detengan.
La felicidad la estremece y pone en riesgo su existencia, Valentina es un recuerdo en el interior de su aura, es la aurora que responde, es el espectro bizarro del dolor que se manifiesta en las letras.
Valentina y su existencia... Arte y tristeza de la misma naturaleza, inexistentes si se separan, resultado de la suma perfecta de factores que mutilan el alma, los ojos y las manos y nutren solamente aquellos espacios del alma donde el pasado se hace arte y produce sonrisas y orgullo.
Valentina tiene miedo a ser feliz... miedo a morir.

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